El niño explosivo: qué es y cómo podemos ayudarle (1ª Parte)

18.03.2021

Hoy, en Crianza con Conexión, voy a hablaros de un enfoque muy respetuoso y efectivo alineado con la crianza y educación conscientes para resolver conflictos y rabietas con aquellos niños que son más sensibles y emocionalmente reactivos, y que podremos usar cuando el niño empiece a tener acceso a sus habilidades racionales de una forma más estable, lo que comienza a suceder entorno a los 6-9 años de edad. Un enfoque consciente de arriba hacia abajo (y complementario a los enfoques de abajo hacia arriba) basado en el trabajo del Dr. Ross Greene y respaldado por la neurociencia, que parte de la premisa de que si un niño no puede reaccionar ni comportarse de la forma en que se espera de él, es simplemente porque no puede, porque todavía no ha desarrollado las habilidades necesarias para hacerlo. 

¿Qué hacemos cuando un niño tiene dificultades con la lectura y la escritura? Le ayudamos, leemos y escribimos con él, buscamos juegos y actividades que le permitan desarrollar esas habilidades y superar sus retos. En ningún momento, le rechazamos, castigamos o amenazamos con consecuencias por no mejorar su lectoescritura. Pues lo mismo deberíamos hacer con los niños que presentan dificultades emocionales y sensoriales.  

Ya hemos comentado en varios artículos de este blog que las explosiones emocionales de un niño nos ofrecen información muy valiosa sobre lo que está sucediendo en el interior del niño y sobre los detonantes que desregulan su sistema nervioso. Y que esta información nos va a permitir entender qué hay detrás de cada comportamiento, reconocer las señales necesarias para adelantarnos a la explosión y ayudar al niño (a través de la corregulación) a desarrollar las habilidades necesarias para poder autorregularse y controlar sus impulsos en el futuro. 

¿Cómo saber si un niño es explosivo?

El niño explosivo suele tener muchas rabietas (más allá de la etapa de desarrollo caracterizada por ellas), muy frecuentes, intensas y de larga duración. Aparte de esto, en el libro, "El niño Explosivo", el Dr. Greene enumera varias características que nos ayudarán a identificar a este tipo de niños más reactivos. El objetivo no es etiquetar al niño, sino comprender y aceptar sus diferencias, retos y necesidades individuales para determinar cuál es la forma más adecuada de apoyarle.

1. Inflexibilidad, baja tolerancia a la frustración y dificultad para pensar cuando se siente frustrado.

2. Ante pequeños cambios y peticiones razonables suele responder con una rigidez extrema o con agresión física o verbal.

3. Cuando se le hacen peticiones o hay cambios en las rutinas, su nivel de frustración se intensifica rápidamente y se vuelve debilitante.

4. Niño implosivo. Otras veces, en lugar de estallar hacia afuera, la inflexibilidad y la pobre tolerancia a la frustración genera desconexión, inhibición, lágrimas y que el niño se "haga bolita" (posición). 

Por eso, más que juzgar y etiquetar a un niño por mostrarse resistente, oposicionista o poco colaborativo con nosotros como padres, madres, maestros o profesionales, deberíamos tomar estos comportamientos recurrentes como un indicador de que estos niños necesitan algo más que consejos y lecciones. 

¿Y qué necesitan?

  • que les escuchemos activamente de un modo en que se sientan realmente comprendidos.
  • que empaticemos con ellos de una forma que haga que cada vez se sientan menos solos y confundidos.
  • que disfrutemos de más momentos de conexión compartidos llenos de risas, sonrisas y juegos para potenciar su sensación de seguridad y colmar su depósito de vínculo y apego. 
  • que cambiemos la forma en que los miramos y tratamos durante sus momentos más intensos y desagradables.

Los niños explosivos suelen tener cierto retraso en el desarrollo de la flexibilidad y la tolerancia a la frustración, por lo que deberíamos centrarnos en identificar los factores que están comprometiendo su desarrollo y en ayudarles a dominar aquellas habilidades que resultan cruciales para poder interactuar en un mundo en el que deberán, con bastante frecuencia, resolver problemas, solucionar desacuerdos de forma constructiva y controlar sus impulsos .

La forma en que vemos a los niños y nuestras creencias sobre los niños no sólo van a influir y a determinar la forma en que los niños se ven a sí mismos, sino nuestro tipo de reacción e intervención durante sus comportamientos más difíciles. 

La mayoría de nuestras creencias sobre nosotros mismos, los demás y el mundo se crean durante los primeros 6 años de vida y se "descargan" como un programa en nuestro subconsciente. (Lipton 2008). Las creencias no están necesariamente basadas en hechos, sino en lo que interpretamos como hechos o en lo que nos han dicho que es cierto. De ahí la necesidad de que, como sociedad e individuos, cambiemos el paradigma en la educación y la crianza para comenzar a mirar a los niños con compasión y calidez, a tratarlos con respeto, dignidad y flexibilidad, y a poner el foco de nuestras intervenciones en la conexión, la relación y la seguridad sentida. 

Si vemos a un niño "malo", "caprichoso", que tiene arrebatos emocionales intencionales para "llamar la atención", es muy probable que reaccionemos de forma impulsiva, con enojo, y que nuestra intervención se centre en aleccionar al niño, corregirlo e imponer castigos y consecuencias a ese comportamiento que nos parece inaceptable. 

Los métodos de disciplina y límites convencionales basados en los castigos y las recompensas, no van a ayudar al niño a desarrollar su flexibilidad ni su tolerancia a la frustración. Muy al contrario, van a generar más frustración, desconexión y alarma, lanzando al niño a un estado de supervivencia persistente que incrementará la frecuencia de los episodios explosivos, menoscabará sus relaciones e interacciones sociales y dificultará su aprendizaje y desarrollo socio-emocional. 

"Ser cada vez más inflexibles con el niño 

no va a ayudar al niño a ser más flexible.

Inflexibilidad + inflexibilidad = Explosión"

Dr. Ross Greene

En cambio, si vemos al niño explosivo como un niño que reacciona de la mejor forma que puede, un niño que carece de las habilidades necesarias para poder responder con madurez cuando está sobrepasado por sus emociones o un niño que no ha desarrollado sus habilidades de autorregulación al ritmo de la mayoría, seremos capaces de acercarnos con compasión y empatía, y ofrecerle la presencia serena y comprensiva que necesita para bajar sus defensas, salir del modo supervivencia (lucha, huída o parálisis - puedes leer más aquí) y volver a estar en conexión.

La corregulación con un adulto en calma calmará la tormenta, activará la vía de conexión social y permitirá al niño acceder a la parte del cerebro (neocórtex) que le permitirá aprender, encontrar soluciones y fortalecer las habilidades socio-emocionales y cognitivas necesarias para relacionarse de forma armoniosa y constructiva.


¿Qué factores comprometen las habilidades del niño en cuanto a la flexibilidad y la tolerancia al estrés?

1. Funciones ejecutivas

Hay niños que tienen dificultades en las transiciones entre actividades, a la hora de cambiar de un estado mental a otro, además de retos para organizar y planificar su pensamiento; situaciones tan frecuentes como necesarias para colmar las expectativas sociales, académicas y emocionales en casa y la escuela. Por eso, no es extraño que ante este tipo de situaciones cotidianas, haya niños que tengan crisis emocionales. No porque el niño quiera llamar la atención, sino porque, al no tener la capacidad de realizar esos cambios mentales de forma flexible y eficiente, ni de detectar cuál es el problema que está causando su malestar, se sienten emocionalmente sobrepasados (quieren hacerlo mejor, pero no pueden) y explotan.

2. Procesamiento del lenguaje

Para expresar nuestro mundo emocional y comunicar a los otros cómo nos sentimos, necesitamos no sólo categorizar e identificar nuestras emociones, sino también encontrar las palabras adecuadas para poder expresar lo que nos sucede o lo que necesitamos. Los niños que tienen ciertos retos en el procesamiento del lenguaje, además, tendrán más dificultades para acceder a soluciones encontradas con anterioridad. Parece que estos niños no aprenden de lo vivido, y "olvidan" soluciones que les fueron útiles en algún momento para resolver los mismos problemas a los que se enfrentan ahora.

3. Regulación emocional

Muchos comportamientos explosivos en niños son impulsados por un estado crónico de irritabilidad, agitación o ansiedad (estado fisiológico de supervivencia en lucha o huída) que les impide responder de forma racional y adaptativa a las rutinas cotidianas. Los niños irritables o ansiosos necesitan que alguien les ayude a apagar la alarma de su cerebro y les enseñe a resolver los problemas de una forma más calmada, lógica y adaptativa.

4. Flexibilidad cognitiva

Estos niños suelen tener pensamientos extremistas, o negro o blanco, dejando de lado las distintas tonalidades grises que existen entre ambos. Prefieren rutinas y días predecibles, y se desregulan con facilidad cuando hay incertidumbre, ambigüedad e impredecibilidad, y cuando las cosas no salen como habían previsto o imaginado. La forma en que podemos ayudarles a ser más flexibles es siendo nosotros más flexibles.

5. Habilidades Sociales

Los niños explosivos suelen sentirse extremadamente frustrados en las interacciones sociales porque tienen dificultades para leer las señales y el lenguaje corporal de otros, y para poder responder socialmente de una forma apropiada. En este sentido, a estos niños, en lugar de ridiculizarlos o aislarlos, se les debe ayudar a descifrar el lenguaje de las interacciones sociales para que puedan ir integrándolo paulatinamente. 


En definitiva, hay varios factores que impiden que el niño desarrolle el nivel de flexibilidad y de tolerancia a la frustración adecuados para poder transitar su día a día de una forma fluída y relajada, y varias habilidades que debe desarrollar para conseguirlo. 

Y, dado que uno de los grandes retos de estos niños es que se sienten amenazados con facilidad en su fisiología (lo que impide el acceso al cerebro racional y sus funciones ejecutivas), debemos olvidarnos de los métodos basados en los castigos y las recompensas, y apostar por enfoques basados en la seguridad relacional que tengan en cuenta el sistema nervioso de cada niño y sus preferencias a la hora de calmarse y recuperar su sensación de seguridad.

Según el Dr. Greene, una de las cosas más valiosas que podemos hacer por un niño explosivo es ayudarle a permanecer racional en los momentos en que muy probablemente se vuelva irracional.  

¿Y cómo lo conseguimos? 

A través de la corregulación. El primer paso para calmar a un niño siempre va a ser a través de la relación y la conexión: compartir nuestra calma con el niño con el fin de que su sistema nervioso se calme; ofrecerle señales que le hagan sentir seguro a través de la mirada, la voz, la postura y los gestos para reducir su nivel de estrés y evitar que el sistema límbico asuma el liderazgo, "desactivando" la parte racional. 

No es lo que dices, sino como lo dices lo que va a determinar que el niño se calme o explote. Hablarles con dulzura, con un tono de voz más agudo y suave, alargando las palabras, les calmará y así podrán pensar con claridad.

La conexión y la corregulación (en lugar de castigos, consecuencias y recompensas) permite el desarrollo de la resiliencia y de las funciones ejecutivas necesarias para que el niño pueda autorregularse. 


ESTRATEGIA: Trabajo de Detective

Uno de los aspectos más importantes para poder ayudar a los niños más reactivos es el trabajo de detective: 

* Determinar cuáles son los detonantes, es decir, los problemas a resolver o las necesidades a satisfacer para que se reduzca el número de explosiones emocionales. 

* Determinar cuáles son las habilidades específicas que deben entrenarse en el niño para reducir la intensidad de las crisis emocionales y mejorar sus interacciones sociales.

Esto hará que las explosiones sean muy predecibles (y por tanto evitables) y que podamos centrarnos en enseñar a los niños las habilidades que necesitan para mejorar su flexibilidad y tolerancia a la frustración.

El cerebro se construye y transforma según el uso que le demos, por lo que necesitaremos tiempo, repetición y consistencia para que las nuevas habilidades se integren y naturalicen en el niño.  

  • Reduce las frustraciones innecesarias y las demandas de flexibilidad y tolerancia a la frustración sobre el niño.
  • Reduce los detonantes. Los más comunes suelen ser fatiga, hambre, transiciones y falta de conexión con el adulto. 
  • Toma nota de los problemas diarios que hacen que el niño se frustre. Por ejemplo: prepararse para ir al colegio, hipersensibilidades sensoriales, cambiar de actividad, prepararse para salir a la calle, para irse a dormir, ordenar, entre muchas otras. 


FORMAS DE ABORDAR LOS PROBLEMAS

Una vez hayamos reducido los detonantes, determinado las habilidades que debemos enseñarle al niño y definido los problemas que queremos abordar, necesitaremos un plan. 

1. PLAN A. Imponer la voluntad del adulto sobre el niño (NO, DEBES, NO PUEDES), lo que muy probablemente va a incrementar la frecuencia y probabilidad de las explosiones. La mayoría de éstas suceden porque el adulto ha optado por el Plan A. 

2. PLAN B. Soluciones Proactivas y Colaborativas, método desarrollado por el Dr. Greene, que incluye al niño en la búsqueda de soluciones para resolver el problema de una forma satisfactoria para ambas partes (adulto y niño). Conlleva empatía, reconciliar dos preocupaciones (la del niño y la del adulto) y encontrar una solución que haga sentir bien a ambas partes.

3. PLAN C. Descartar cualquier expectativa y demanda hacia el niño (generalmente cuando la explosión ya ha estallado y el niño está muy sobrepasado emocionalmente) y esperar hasta otra ocasión para tratar de resolver el problema usando el Plan B. 

La forma más respetuosa y efectiva, alineada con la crianza y educación conscientes, es el Plan B, porque ayuda al niño a desarrollar las habilidades que le faltan y porque contribuye a crear un espíritu de colaboración, equidad y armonía en la familia. 

En el próximo artículo del blog de Crianza con Conexión explicaré con detalle el Plan B del Dr. Ross Greene y cómo se puede implementar tanto en casa como en la escuela. 


Referencias
Para la redacción de este artículo me he basado en el libro "El niño explosivo" del Dr. Ross Greene.


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