Comportamientos conflictivos en la Crianza Consciente: ¿Enfoque somático o enfoque cognitivo-conductual?

23.02.2021

En un artículo anterior de Crianza con Conexión hablábamos de la existencia de dos tipos de procesos en la generación de emociones y comportamientos: los procesos originados en el cuerpo (de abajo hacia arriba, instintivos y viscerales) y procesos originados en la parte superior del cerebro (procesos de arriba hacia abajo, intencionales y racionales).

Y mencionábamos que, durante un buen tiempo, la inmensa mayoría de los comportamientos disruptivos de los niños son comportamientos de abajo hacia arriba. Comportamientos originados en el cuerpo debido al estrés sobre los que el niño no tiene ningún tipo de control y que deberían ser abordados con enfoques de abajo hacia arriba, como hacemos con los bebés cuando están alterados (les calmamos, les cantamos una canción, les acariciamos, les miramos con dulzura, eliminamos la fuente de su estrés cuando es posible, etc.). 

Recordemos que el cerebro se desarrolla de abajo hacia arriba:

El cerebro reptiliano

El más primitivo, el centro de las sensaciones, cuya función es mantenernos a salvo y prevenir el peligro. Es la parte del cerebro que nos hace escapar de un peligro, luchar por nuestra vida o paralizarnos para poder sobrevivir. Este cerebro debe estar "apagado" para que podamos establecer conexiones sociales enriquecedoras, y tener acceso a nuestro cerebro racional. Porque cuando está hiperactivado, nuestro cuerpo, mente y sistema nervioso estarán enfocados exclusivamente en asegurar nuestra supervivencia, dejando fuera de juego a las partes superiores del cerebro.

2º El cerebro límbico 

El siguiente en desarrollarse. Es el centro de las emociones, el vínculo y el comportamiento. Nos permite establecer apegos seguros, poder autorregular nuestras emociones y comportamientos, además de nuestro movimiento. Para que esta parte se desarrolle adecuadamente, la parte inferior debe estar regulada. 

3º El cerebro racional

Es la última parte en desarrollarse. Es el centro del aprendizaje, del pensamiento abstracto y concreto, de la planificación y de la inhibición de los impulsos. Para que funcione de forma óptima, las partes inferiores del cerebro (reptiliano y límbico) deben haberse desarrollado adecuadamente. 

Cuando un niño está atascado en su cerebro reptiliano, estará en modo supervivencia: hiperalerta al peligro, virará con rapidez hacia lucha, huída o parálisis, sus relaciones sociales se dificultarán y no podrá aprender, reflexionar ni inhibir sus impulsos. 


En nuestra sociedad, tanto en la educación como en la crianza, hay una tendencia muy marcada de abordar cualquier comportamiento disruptivo y recurrente en los niños apelando a la razón, tratando de hacer entender al niño racionalmente por qué no debería comportarse así, y haciendo uso de premios, castigos y consecuencias para modificar su conducta. Pero si entendemos cómo funciona el cerebro y el sistema nervioso, e integramos el hecho de que los comportamientos agresivos, impulsivos o problemáticos son reacciones adaptativas de la neurofisiología del niño (cuerpo, mente y sistema nervioso), podremos comenzar a buscar formas efectivas y adecuadas de ayudarles en esos momentos. 

En el artículo sobre la agresividad infantil, ya comenté algunas maneras de abordar los comportamientos disruptivos en el momento en que suceden: pausa, conexión, corregulación, descarga emocional y juego, además de convertirnos en el día a día en buenos ejemplos de autorregulación emocional.  

Pero lo que me gustaría recalcar y que todos los padres, madres, maestros y profesionales que trabajan con niños comprendieran es lo siguiente: cuando los niños tienen crisis emocionales, rabietas o algún tipo de arrebato, el sistema nervioso del niño ha puesto en marcha de forma automática mecanismos de supervivencia que activan el sistema emocional o el cerebro instintivo, según sea el nivel de estrés, y que apagan el cerebro racional. Y que cuanto mayor sea el estrés que está experimentando el niño, más retrocederá en ese momento hacia la indefensión y vulnerabilidad de la infancia más temprana, y más lejos estará de poder razonar o dialogar sobre lo que le sucede. (¡A los adultos también nos sucede! y ante situaciones muy estresantes, podemos llegar a comportarnos de forma totalmente irracional e "infantil"). 

Nunca se nos pasaría por la cabeza pensar que un bebé elige racionalmente llorar sin parar para molestarnos, sino que hay algo que le hace sentir mal. Entonces, nos ponemos a pensar qué puede estar causándole el malestar (hambre, sueño, pañal sucio, enfermedad, etc) y tratamos de eliminar la fuente de su malestar y calmarlo. 

Pues con los niños algo más mayores deberíamos hacer lo mismo cuando exhiben comportamientos que nos desagradan, especialmente, cuando son comportamientos problemáticos recurrentes. Porque eso nos está indicando que el sistema nervioso del niño está en modo supervivencia, a la defensiva, debido a un estrés excesivo que le sobrepasa. Y justamente ahí es donde nos deberíamos enfocar: en reducir sus niveles de estrés y en hacerles sentir seguros en su cuerpo, mente y sistema nervioso.

La mejor forma de ayudar a los niños es partiendo de enfoques de abajo hacia arriba, enfoques que atiendan las partes más instintivas y primitivas de su cerebro. 

¿Cómo lograrlo en 6 pasos?

1. Calmarnos los adultos y aceptar al niño en el momento en que está sin aleccionarle o ignorarle. 

Recordemos que las emociones se "contagian" si no prestamos atención ni establecemos una pausa. Un adulto estresado y reactivo que levante la voz y trate de darle lecciones al niño durante su explosión emocional, no sólo no le ayudará a calmarle, sino que muy probablemente agravará la tensión y el estrés de ambos. Y bajo semejante nivel de estrés, el niño no podrá escuchar, conectar en la relación ni aprender absolutamente nada. 

Debemos preguntarnos: ¿En qué parte del cerebro está ahora el niño? ¿En qué estado está su sistema nervioso?: ¿lucha (agresión)? ¿huída (se esconde, se aleja)? ¿parálisis (no reacciona, se tira en el suelo)?. Dependiendo de la parte del cerebro en la que esté estancado, usaremos unas estrategias u otras: 

cerebro reptiliano --> experiencias somatosensoriales (enfoque de abajo hacia arriba) 

cerebro límbico --> relaciones y regulación emocional a través de la corregulación (enfoque de abajo hacia arriba) 

cerebro racional --> diálogo y reflexión (enfoque de arriba hacia abajo).


2. Presencia compasiva y empática, que emane dulzura y sosiego a través de la mirada, palabras, lenguaje corporal, movimientos y tono de voz

El sistema nervioso del niño capta todas las sutilezas y señales externas e internas que le informan sobre si una relación o un entorno es seguro. Para ello, el sistema de detección de peligro, la neurocepción, está constantemente escaneando el entorno sin que nos demos cuenta, buscando señales que le indiquen si debe estar a la defensiva o puede relajarse y conectar.

El tono de voz, la mirada, la postura, los movimientos y el lenguaje corporal que usemos en nuestras interacciones con los niños van a afectar y determinar en gran medida el modo en que ellos van a reaccionar, especialmente en los niños más pequeños, en los altamente sensibles y en los neurodivergentes.

Si nos acercamos al niño lentamente, emanando calma, compasión y conexión a través de nuestro lenguaje corporal y nuestras palabras, el niño podrá paulatinamente bajar sus defensas y conectar con el adulto (corregulación). Sólo en ese momento, en ese estado de conexión social al que logrará retornar gracias a la corregulación con un adulto calmado, podrá tener acceso a su cerebro racional y usar procesos de arriba hacia abajo (cognitivos) -si ha desarrollado estas habilidades madurativas- para entender y reflexionar sobre lo que le ha pasado y sobre su conducta.


3. Convertirnos en detectives del estrés para poder descubrir las causas que impulsan los comportamientos instintivos del niño. 

Preguntarnos con curiosidad: ¿por qué el niño se ha comportado así? ¿hay alguna emoción intensa que necesite expresar y procesar? ¿hay pensamientos que le hacen sentir mal? ¿hay sensaciones que le sobrepasan?.

La idea radica en convertirnos en detectives, en observar con curiosidad al niño para descubrir qué factores están impulsando sus comportamientos de estrés, qué patrones de conducta existen, qué situaciones y actividades desequilibran su sistema nervioso y cuáles lo calma y recalibran, etc.

Algunas preguntas que podemos hacernos en relación a los comportamientos problemáticos recurrentes:

  • ¿Por qué se está comportando así el niño ahora?

  • ¿Qué factores o situaciones del entorno o del interior del niño - pensamientos, emociones, sensaciones y necesidades corporales- podrían estar provocando malestar recurrente en el niño?

  • ¿Qué señales corporales avisan del estado en que se encuentra el sistema nervioso del niño? ¿mirada que cambia sin cesar o que atraviesa?, ¿movimientos bruscos o letárgicos?, ¿habla demasiado rápido o no habla?, ¿qué indican sus gestos: lucha, huída o parálisis?.

  • ¿Hay algún patrón que se repita día tras día en su comportamiento? ¿alguna hora del día? ¿alguna situación en concreto que desencadene explosiones emocionales? ¿algún tipo de relación social?

  • ¿Cómo estoy yo? ¿en qué estado está mi sistema nervioso cuando sucede? ¿qué estaba haciendo justo antes de la crisis del niño? ¿le he ofrecido algún tipo de conexión al niño hace poco o he estado inmerso en mis cosas sin prestarle atención?

  • ... cada pregunta y cada respuesta nos abrirá el camino hacia muchas otras que nos irán ofreciendo pistas sobre lo que hay detrás de los comportamientos más preocupantes, sobre las causas que debemos atender para que desaparezcan.


4. Enfoque somático, de abajo hacia arriba.

Si tenemos en cuenta que el cerebro racional necesita muchos años para desarrollarse y madurar completamente, entenderemos por qué las terapias de modificación de conducta, las charlas racionales, las lecciones verbales que se olvidan del cuerpo y los sentidos del niño no sólo no suelen resultar efectivos a largo plazo, sino que pueden llegar a exacerbar los comportamientos disruptivos. Porque para que los niños se comporten de "bien", sean colaborativos y aprendan, primero necesitan sentirse seguros en su cuerpo y su sistema nervioso, y eso no es un proceso racional, sino somatosensorial (sensaciones y sentidos corporales).

De ahí que los enfoques más recomendados y efectivos con los niños según la neurociencia sean los enfoques de abajo hacia arriba, experiencias sentidas en el cuerpo (somáticas) que permiten calmar el cuerpo y el sistema nervioso. 

Además de corregularlos cuando están alterados, deberemos ayudarles a completar la respuesta de supervivencia iniciada en su cuerpo, a través de juegos y otras experiencias sensoriales, como ya comentamos en este artículo.  

Experiencias sensoriales, de abajo hacia arriba, que le ayuden a regularse desde el cuerpo: moverse de una determinada forma, apretar una pelota, oler esencias agradables, mirar algo que le provoque sosiego y seguridad, tirar peluches, escuchar música agradable, juegos de respiración, entre otras. Además del juego simbólico, cantar, bailar, tocar tambores, actividades musicales, meditación, yoga, Tai Chi y Qi Gong, grupos de teatro, pasear, correr, mecerse, masajes terapéuticos, establecer relaciones profundas con animales, hacer arte, salir con el monopatín, realizar movimientos rítmicos y cualquier actividad que involucre los sentidos y que sea percibida y sentida como segura y placentera por el niño (y el adulto que lo acompaña). Puedes encontrar más actividades para calmar el sistema nervioso aquí.

Las actividades somatosensoriales repetitivas, rítmicas y con un patrón definido crean una sensación de seguridad, regulan el sistema nervioso y fortalecen las conexiones neuronales. Cada vez que realizamos este tipo de actividades, nuestros pensamientos, sentimientos y comportamientos mejoran. Es una sabiduría milenaria: todas las culturas tienen algún tipo de actividades rítmicas y repetitivas en sus rituales de duelo y sanación.

Cada niño tendrá sus propias maneras de calmarse y, si queremos apoyarles, debemos ofrecerles opciones que adapten a sus necesidades y preferencias sensoriales individuales. El mindfulness, los ejercicios de respiración o el yoga infantil están muy de moda, pero podrían resultar muy amenazantes para el sistema nervioso de algunos niños, y en lugar de calmarlo, podría hundirlo aún más en un estado de supervivencia.

No hay recetas válidas para todos los niños. Hay que observarles, preguntarles y acompañarles en su propia investigación y autodescubrimiento.


5. Involucrar al niño en el trabajo de detective: autoconciencia cuerpo-mente 

De una forma sencilla, adaptada a su nivel de desarrollo, motivar al niño para que él también vaya reconociendo las señales que emite su cuerpo antes desregularse y tener una crisis emocional, y, de este modo, poder detectar el momento de buscar ayuda para calmarse, ya sea con un adulto, o si es un poco más mayor, realizando alguna actividad relajante. 

Hablarles a los niños sobre su neuroanatomía, sobre los distintos estados de su sistema nervioso y sobre cómo pueden reconocerlos; sobre el impacto de sus distintos estados en sus emociones, pensamientos y comportamientos. Eso les ayudará en el desarrollo de su conciencia corporal, emocional y cognitiva, además de su capacidad de autorregulación y resiliencia.

Entender que todos los humanos transitamos fluidamente entre distintos estados del sistema nerviosos y que todos son naturales y adaptativos, permitirá a los niños crecer sabiendo que son completos y perfectamente imperfectos del modo en que son, que no hay nada roto ni malo en ellos, y que los comportamientos son mensajes emitidos por nuestra neurofisiología que nos ayudan a entender mejor las necesidades de nuestro cuerpo y nuestra mente. 


6. Integrar en nuestro día a día el trabajo de detective, la corregulación y la autorregulación de forma repetida, consistente y predecible

Llenar los días de amor incondicional, conexión y aceptación, ofrecer espacios de expresión emocional y juego centrado en el niño, reparando la relación con los niños cada vez que haya rupturas y desencuentros. Los niños (especialmente aquellos con sistemas nerviosos más vulnerables que viran fácilmente hacia el modo supervivencia) necesitan nutrirse regularmente de relaciones sanas, seguras y predecibles. Los humanos estamos diseñados para vivir en relaciones cercanas y seguras, y en entornos y comunidades que apoyen nuestras necesidades básicas de seguridad (cerebro reptiliano), pertenencia (cerebro límbico) e influencia (cerebro racional).

El cerebro se construye y modifica según el uso que le demos. Si apostamos por el camino de la conexión, la corregulación y la seguridad sentida a través de la autoconciencia de nuestra propia neurofisiología (¡y compartiéndola con los niños!), la vía de la conexión social y de la atención relajada se irá fortaleciendo cada vez más hasta convertirse en el camino natural y automático que permanecerá activo en los momentos de estrés. Eso es la autorregulación y requiere muchos años de maduración, corregulación, observación atenta y práctica consciente, de enfoques de abajo hacia arriba (corporales) que irán complementándose paulatinamente y a su tiempo con otros de arriba hacia abajo (racionales).

No corramos, no apresuremos a los niños, no asumamos una madurez inexistente. Dejémosles ser niños y permitámosles ir paso a paso, desarrollando su propia capacidad de autorregulación de forma consistente, al ritmo que marque su naturaleza (fijándonos en sus necesidades emocionales y sociales de cada momento, no en nuestras expectativas respecto a su edad cronológica). Estemos ahí para acompañar y apoyar ese lento y bello florecimiento, con respeto, paciencia, deleite y admiración. Para que, llegado el momento, podamos celebrar esa autodisciplina y autorregulación que les permitirá mantener la calma, conseguir sus objetivos, disfrutar de sus relaciones y estar al mando de sus propias vidas.


Imagina un hermoso bosque en la montaña en el que no hay sendero para caminar. Te gustaría que lo hubiera. Empiezas a caminar por allí, cada día un poquito más, quizá llames a alguien para que te acompañe y ayude, quizá uses herramientas para allanar el camino... Así día tras día, con pausas, con motivación, con amor, con rectificaciones en la ruta seguirás avanzando, pasito a pasito, hasta que finalmente lograrás alcanzar tu objetivo. Y cuando vuelvas a subir a la montaña, naturalmente y sin esfuerzo, emprenderás con gran disfrute y orgullo ese nuevo camino. Tu camino. 

Hoy puede ser un buen día para empezar a cambiar la mirada, para emprender un nuevo camino. 


Bibliografía recomendada

Shanker, Stuart. "Self Reg: How to Help Your Child (and You) Break the Stress Cycle and Successfully Engage with Life" (2017)

Delahooke, Mona. "Más allá de la conducta: cómo usar la neurociencia y la compasión para entender y solucionar las dificultades conductuales de los niños.". (2019)

Levine, Peter; Kline, Maggie. "Tus hijos a prueba de traumas" (2017)


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