De lo visible y lo invisible: comportamientos y sistema nervioso

16.10.2020

Uno de los conceptos que más me han influido e impactado durante mi formación e investigación en neurociencia relacional ha sido el del SISTEMA NERVIOSO AUTÓNOMO y su funcionamiento. Entender la conexión entre nuestra mente y cuerpo y los procesos que garantizan nuestra supervivencia me ayudó a encontrar la pieza que faltaba en el puzle, a dotar de un sentido más profundo a todo lo que ya había aprendido sobre crianza y educación conscientes.

¿Qué es y cómo funciona el Sistema Nervioso?

El sistema nervioso es básicamente un conjunto de nervios que conectan nuestro cerebro con nuestro cuerpo (órganos internos, músculos de la cara, garganta y oídos) y nuestro cuerpo con nuestro cerebro.
El sistema nervioso autónomo (SNA) se llama así porque es automático, funciona más allá de nuestra conciencia y voluntad, y nos ayuda a mantener el equilibrio en nuestros órganos internos, a respirar sin tener que pensar en ello, a que nuestro corazón lata sin preocuparnos de que se pueda parar, a hacer la digestión después de una suculenta comida. Pero, además de todo esto, el SNA tiene una segunda función que es la de protegernos y mantenernos seguros, una función de pura supervivencia.

Nuestro sistema nervioso está constantemente analizando el entorno en busca de peligros y amenazas, creando juicios y determinando prioridades para impulsar comportamientos adaptativos que aseguren nuestra supervivencia. Este sistema de detección automático y subconsciente, descubierto por el eminente neurocientífico Stephen Porges, se llama NEUROCEPCIÓN y es básicamente la habilidad del cerebro para detectar peligros en el ambiente. ¿Esto es seguro? ¿Me siento seguro?

Cuando nuestro sistema nervioso se siente seguro, se activa el SISTEMA DE CONEXIÓN SOCIAL (vía vagal ventral) y nos sentimos regulados, tranquilos, sociables y con ganas de conectar y colaborar con otros. Podemos aprender y resolver problemas, somos capaces de prestar atención (tanto hacia fuera como hacia dentro), sentimos vitalidad y alegría, somos creativos y nos comunicamos bien. Nuestra respiración es profunda y nuestro ritmo cardíaco se ralentiza. Estamos en un estado que favorece la salud, la reparación física y emocional y el equilibrio a todos los niveles.   

Sin embargo, cuando nuestro sistema nervioso detecta un peligro en el ambiente, activa inmediatamente distintas respuestas defensivas en el cuerpo y el cerebro para protegernos:

  • Respuestas de Movilización: Cuando el sistema nervioso y el cuerpo están bajo estrés tras la detección de un peligro, el cerebro se pone en alerta e incrementa nuestro nivel de vigilancia,  priorizando la obtención de información del entorno para saber cómo responder ante la situación. A medida que incrementa el peligro, cambia toda nuestra fisiología y nuestro cuerpo se prepara para la LUCHA o la HUÍDA (activación del sistema simpático). El cuerpo se tensa, se acelera la respiración, sube la presión sanguínea y empezamos a sentirnos ansiosos e inquietos. En este estado, comenzamos a exhibir comportamientos desregulados, agresivos o reactivos (nos movemos sin parar, expresamos ira, pánico, juzgamos a otros, atacamos, somos rápidos para culpar, ignoramos, nos resistimos, evitamos, damos la espalda...).

  • Respuesta de Inmovilización: Cuando el sistema nervioso y el cuerpo han intentado protegerse en vano a través de las estrategias defensivas de lucha o huída, y detectan una amenaza (real o percibida) para su propia vida, nuestra fisiología entra en PARÁLISIS (activación del sistema parasimpático- vía vagal dorsal) para protegerse de un dolor excesivo o una situación que resulta abrumadora para el cuerpo y el cerebro. Es un estado de conservación de energía en el que el cuerpo se prepara para morir, con una serie comportamientos asociados (energía de vida depresiva, inmobilización, desconectamos, sentimiento de derrota, indefensión aprendida, pérdida de conciencia, disociación...).
Estas respuestas de supervivencia (lucha, huída y parálisis) son respuestas adaptativas no voluntarias que se activan ante cualquier peligro real o percibido y que se han desarrollado a lo largo de millones de años de evolución. Todos las tenemos (adultos y niños), y continuamos usándolas porque nos han permitido sobrevivir.


Sistema Nervioso Autónomo, Crianza y Educación

La co-regulación, la conexión y la seguridad sentida son inherentes al hecho de ser humanos. Estamos diseñados para estar en relaciones y entornos en los que nos sintamos seguros, en conexión y con posibilidad de co-regularnos con otros. 

Nos sentimos seguros no por evaluaciones cognitivas de nuestro entorno y nuestras relaciones, sino por ciertas señales únicas (tono de voz, mirada, gestos, postura, movimientos, estímulos sensoriales...), detectadas por nuestro cuerpo y sistema nervioso, que inhiben las respuestas de supervivencia y promueven la salud y la conexión con el otro.

Nuestro estado fisiológico, el estado de activación en que se encuentre nuestro sistema nervioso autónomo va a determinar nuestro comportamiento y nuestra manera de relacionarnos. En otras palabras, nuestros comportamientos (y los de los niños) son un reflejo de lo que está sucediendo en nuestro interior -cuerpo, mente, cerebro y corazón, es decir, el resultado visible de cómo nos hacen sentir los procesos corporales, sensaciones, pensamientos y sentimientos que experimentamos al interactuar con otros y con el ambiente.

Cuando los niños se sienten seguros, regulados y conectados, sus comportamientos sociales emergen espontáneamente. Los comportamientos disruptivos, agresivos o que consideramos inapropiados (rabietas, llantos intensos, golpes, patadas, gritos, oposicionismo, necesidad de controlar, moverse cuando se les pide estar quietos, movimientos repetitivos molestos, entre otros) no significan que los niños tengan un defecto o quieran manipularnos, sino que reflejan un malestar interno, un sistema nervioso desregulado que ya no se siente seguro y que, automáticamente, ha puesto en marcha respuestas de supervivencia para protegerse. Y cuando el cerebro está enfocado en la supervivencia básica, la capacidad para la conexión social desaparece.

La mayor parte de nosotros hemos vivido y aprendido, en nuestras casas y escuelas, que ese tipo de  comportamientos son intencionales y deben ser corregidos y erradicados a través de castigos, amenazas, técnicas de control y sobornos, por mencionar algunos. Sin embargo, estos enfoques no hacen más que añadir estrés al cuerpo y al sistema nervioso del niño, incrementando la alarma y los estados defensivos.

"A menudo asumimos que un niño se comporta mal de forma intencionada cuando, en realidad, el niño está respondiendo a instintos básicos de supervivencia, incluyendo la necesidad de sentirse seguro" 

Dr. Stephen Porges

Las investigaciones en neurociencia sugieren un enfoque basado en la conexión y la co-regulación que priorice la seguridad relacional y que busque en el interior del niño -su cuerpo, mente y sistema nervioso- las causas reales (emociones, sensaciones, pensamientos, procesos corporales,...) que impulsan sus comportamientos disruptivos.

En nuestras casas y escuelas, donde frecuentemente y por desconocimiento, creamos ambientes que activan las respuestas de supervivencia de los niños, deberíamos comenzar a prestar atención al cuerpo y sus señales para detectar el estado en que se encuentra nuestro sistema nervioso autónomo y el de los niños. De esta manera, en lugar de reaccionar ante sus comportamientos, podremos ofrecerles las herramientas co-regulatorias que necesitan para volver a sentirse seguros, conectados y en calma, favoreciendo así un desarrollo social y emocional sano.

Conectar con los niños y hablarles sobre su sistema nervioso y sus respuestas de supervivencia les va a ayudar a conocer mejor su cuerpo y sus señales, a identificar el estado de activación de su sistema nervioso, a poder detectar los detonantes que les desregulan y a responder, paulatinamente y con nuestra ayuda, de una forma sana y apropiada a los estresores del ambiente.

Al mirar a nuestros niños desde este prisma, descubriremos su bondad intrínseca y su necesidad biológica de sentirse seguros y conectados para poder seguir explorando el mundo, aprendiendo de sus experiencias y entendiendo su universo físico, sensorial y emocional.

Al mirarlos con compasión y aceptarlos en cada momento, ellos comenzarán a mirarse y aceptarse de esa misma manera. Y nosotros (y ellos), los de entonces, como dijo Neruda, ya no seremos los mismos.


Referencias

Porges, S. The Pocket Guide of Polyvagal Theory.

Delahooke, M. Beyond Behaviors: Using Brain Science and Compassion to Understand Children's Behavioral Challenges.


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