REFLEXIONES DE CRIANZA Y EDUCACIÓN CONSCIENTES: EL BULLYING COMO SÍNTOMA

El problema del bullying es muy complejo y cada vez más difícil de contener debido a las redes sociales y el uso masivo de las pantallas. Sin embargo, es posible cuando se va a la raíz del problema, cuando las familias y profesionales que trabajamos con niños y jóvenes nos formamos y asumimos la responsabilidad de hacer sentir seguros a los niños en todos los entornos que habitan.
El otro día fui a una biblioteca a buscar libros ilustrados sobre el "bullying" para leer y trabajar en una de mis sesiones grupales con niños, y, de nuevo, sentí la desesperada necesidad de distintas personas de compartir su terrible experiencia como víctimas de situaciones de acoso: adultos que la sufrieron en su juventud tanto en el colegio como en el instituto, familiares que la están sufriendo a través de sus hijos, y niños que, al sentir nuestra preocupación por este tema, comienzan a contar de forma espontánea su propia experiencia.
Y la historia siempre es la misma. Una historia de vulnerabilidad, de soledad, de incomprensión, de falta de empatía y cuidado de los adultos y/o profesionales a cargo para lidiar con esta lacra que no sólo traumatiza a infinidad de jóvenes y niños cotidianamente, sino que empieza a ser considerada como una de las principales causas de los crecientes problemas de salud mental de las infancias y adolescencias en todo el mundo (con consecuencias psicológicas tan graves como depresión, ataques de pánico, fobias, abandono escolar, absentismo por miedo a ir a la escuela, trauma, trastorno de estrés posttraumático y suicidio).
Para darnos cuenta de la gravedad real de este problema social, vamos a analizar primero las escalofriantes cifras de acoso escolar que siguen empeorando año tras año a nivel nacional y mundial:
Según un estudio de la Fundación ANAR y la Fundación Mutua Madrileña, durante el curso 2024-2025, el 12,3 % del alumnado declaró que ellos o algún compañero sufrió acoso escolar presencial y/o ciberacoso, habiéndose duplicado la incidencia de este tipo de acoso con respecto al curso anterior.
Y según los datos de la OCDE del último informe PISA (2024), según lo mencionado por la ONG "Save de Children" en su web:
- En España, el 6,5 % del alumnado sufre acoso con frecuencia.
- El 15,8 % es víctima de acoso de forma repetida a lo largo de un mes. Siendo un porcentaje mayor en los alumnos inmigrantes, los que son neurodivergentes y los que tienen necesidades educativas especiales.
- El 10% se ha quedado alguna vez en casa para evitar sentirse inseguro en la escuela.
- Las víctimas de acoso presentan mayores niveles de infelicidad, miedo y malestar emocional.
- En comparación con quienes no sufren acoso, las víctimas reportan más casos de exclusión, ridiculización, amenazas, agresiones físicas, daño a pertenencias, rumores negativos y difamación.
Además, otros estudios nacionales e internacionales arrojan las siguientes cifras:
- Sobrepeso: 10.2% de los alumnos de colegio o de instituto con sobrepeso declaran haber sido víctimas de acoso por su aspecto.
- Neurodivergencia: 34.1% de las víctimas de acoso escolar declaran tener dificultades de aprendizaje (1 de 3 víctimas) en el contexto de la educación formal obligatoria.
En una revisión sistemática (PubMed & National Elf Service) se encontró que los alumnos neurodivergentes (incluyendo TEA, TDAH, AACC) tienen una probabilidad significativamente mayor de ser víctimas de bullying respecto a sus pares neurotípicos. En ese estudio también se cita que, para los niños del espectro autista, la victimización puede llegar al 47 % y el ciberacoso al 13 %. Y en cuanto a los niños y niñas con TDAH, se mencionan cifras de 47 % de víctimas de bullying frente al 23 % en jóvenes sin TDAH.
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En el contexto español, un estudio con alumnado pre-adolescente con TEA o con rasgos autistas determinó lo siguiente: En 45 niños con TEA o rasgos autistas, una escalofriante cifra del 58 % declararon haber sido víctimas de bullying, lo que implica un riesgo 3,1 veces superior al de sus pares neurotípicos.
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En otro estudio (EEUU) se descubrió que los jóvenes de entre 12 y 17 años con TEA o TDAH, la prevalencia de acoso y victimización era muy alta (40-60 %), y que el impacto del acoso en la salud mental (ansiedad, depresión) era mucho más fuerte en ese grupo comparado con el grupo de jóvenes sin TEA/TDAH.
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Una revisión de investigaciones en Europa sobre niños con Necesidades Educativas Especiales indicaba que los rangos de riesgo de victimización de bullying para niños con discapacidad o necesidad educativa especial podían alcanzar el 80 % en ciertos subgrupos, 70 % para TEA y 40 % para otros problemas de habla/lenguaje.
En cuanto al alumnado con altas capacidades, los datos de la UNIR indican que el 50% ha sido víctima de bullying, frente a uno de cada cuatro en la población general. Y que tener altas capacidades triplica la probabilidad de ser víctima de bullying.
En definitiva, un problema REAL y GRAVE que amenaza la salud mental de nuestros jóvenes y niños, especialmente si son neurodivergentes. Un problema REAL y no una "COSA DE NIÑOS" como suelen responder, en demasiadas ocasiones, los maestros y familiares (de acosadores) ante situaciones de bullying en el entorno escolar; una respuesta que niega la experiencia traumática de la víctima y los problemas de desconexión emocional y estancamiento que sufren los mismos acosadores. Y en esa negación de los adultos que deberían asumir su responsabilidad en la resolución de este grave problema social, encontramos una de las principales causas que perpetúan el bullying y lo recrudecen año tras año.
"A mi hijo le insultaban de forma cotidiana. 'Gordo, feo, inútil, me caíste mal desde que te vi, no sirves parar nada, no mereces ser nuestro amigo', además de dejarle solo cada vez que se acercaba al grupo de niños para jugar. Cuando se lo comunicó a la maestra, ésta apenas le dio importancia. Y cuando mi hijo le dijo que se sentía mal, lo único que hizo fue decirle desde la lejanía 'chicos, trataos bien, no insultéis a nadie'. El acoso continuó y, cuando solicité una reunión como madre, la maestra no sólo trató de culpabilizar a mi hijo sino que ella misma, junto con las madres de los bullies se comportaron como los acosadores que emulaban sus propios hijos. Tuve que cambiarlo a un colegio con profesionales más valientes, responsables y competentes".
"Cuando iba al instituto sufrí un bullying brutal. Hay que hablar de estos temas porque yo lo pasé fatal. Me decían que me hacían bullying por existir, que no debía existir alguien como yo. Mi madre fue a hablar con los profesores y ponían el foco en mi personalidad y en mi necesidad de saber defenderme. No hubo un sólo adulto en el colegio que intercediera para detener el acoso y hablar abierta y honestamente de la situación"
"El otro día a mi hijo de 1º de primaria le dieron una paliza 6 niños de su clase. Tenía el ojo morado y un miedo atroz a volver al colegio al día siguiente. Cuando fui a hablar con la profesora, me respondió que eran cosas de niños, que debía enseñar a mi hijo a defenderse mejor, y que lo hablara con los padres. Cuando intenté hablar con los padres y madres de los que pegaron a mi hijo, se rieron de mí y no quisieron hablar del tema"
Estos testimonios se repiten una y otra vez, y nos permiten entrever muchos de los problemas y obstáculos con los que nos enfrentamos los profesionales que trabajamos con niños y adolescentes y las familias concienciadas con este problema a la hora de crear entornos seguros donde los niños y jóvenes puedan sentirse protegidos, cuidados, importantes, valorados, escuchados y seguros. Porque, como ya he mencionado en muchas ocasiones en este blog en relación con las aportaciones de la Teoría Polivagal en la crianza y educación, sólo cuando nos sentimos seguros y con nuestro sistema de conexión social activo podemos desarrollarnos física y emocionalmente de una forma equilibrada, y por tanto aprender, ser creativos, resolver problemas y gestionar el estrés positivo que conllevan los nuevos retos y aprendizajes. De ahí que esa seguridad sentida sea un requisito imprescindible en cualquier entorno en el que habitan las infancias y adolescencias con el fin de garantizar su bienestar físico, emocional y cognitivo. Y la responsabilidad absoluta de crear entornos y relaciones que promuevan un sentimiento de seguridad, conexión y pertenencia es de los ADULTOS: esto es, profesionales del entorno escolar (maestros, orientadores, psicólogos, conserjes, conductores del autobús, cuidadoras, talleristas, acompañantes del comedor, etc), padres, madres, abuelos y otros familiares, además de vecinos y otros miembros de la comunidad.
Si queremos que los niños y jóvenes aprendan y desarrollen sus capacidades cognitivas, sociales y emocionales tanto en casa como en el colegio, necesitamos hacerles sentir seguros. Y no se trata de una seguridad cognitiva, sino de una seguridad corporal y emocional que descansa y se potencia a través de relaciones y entornos que nos permiten bajar nuestras defensas y confiar. Porque sólo cuando se activa nuestra vía de conexión social (la rama vagal ventral de nuestro sistema nervioso parasimpático) a través de determinadas señales de seguridad del entorno, podemos acceder a las funciones superiores de nuestro cerebro (corteza prefrontal) para relacionarnos desde la empatía y el respeto, resolver problemas, enfrentarnos a retos diversos y asimilar e integrar nuevos aprendizajes.

Y ése es el problema con el bullying: tanto el acosador como la víctima no se sienten seguros, están estancados en modo supervivencia de su sistema nervioso, atrapados en modo lucha/huida o en modo colapso, o quizá en un ciclo indefinido entre ambos estados que no sólo va a perpetuar el problema sino que va a ir destruyendo lenta y profundamente la salud mental de ambos, uno en su posición de victimario y el otro en su posición de víctima.
Los niños y jóvenes que sufren bullying, y en ocasiones también los propios acosadores, están lidiando con señales de amenaza en sus sistemas nerviosos, lo que va a afectar de forma notable a su comportamiento en las aulas, a su socialización y a su desempeño escolar, por estar o bien en un nivel de activación defensiva, hipervigilantes, con sus cuerpos llenos de adrenalina, o en un estado de desconexión, con una indefensión aprendida y con sus cuerpos llenos de opioides naturales preparándose para "morir", para sobrevivir, desaparecer y no sufrir ante una situación que les resulta terriblemente dolorosa, absolutamente insoportable. Todo ello intensificando este círculo vicioso de indefensión y acoso que se perpetúa mientras no haya adultos formados y responsables que quieran enfrentar la situación, y en lugar de tratar únicamente de modificar los síntomas (enseñar empatía y habilidades sociales y de respeto) se atreve a abordar las causas a nivel personal, familiar e institucional y promover cambios y estrategias encaminadas, no a cambiar temporalmente el comportamiento, sino a crear soluciones sostenibles para todos que mejoren las relaciones y el entorno (apego y vínculos familiares, potenciación de actividades de canalización emocional, creación de comunidades amorosas donde se VIVA y se EXPERIMENTE la empatía y el sentimiento de pertenencia y cuidado, neuroeducación para todos, niños y adultos, entre muchas otras).
Y con esto no quiero quitar responsabildad a los acosadores. En absoluto. Sin embargo, si queremos resolver el bullying de una forma definitiva, de una forma que vaya a la raíz del problema, debemos empezar a mirar más allá de los comportamientos y descifrar qué necesidades insatisfechas de los acosadores están impulsando esos comportamientos tan destructivos y que tanto daño generan a muchos jóvenes y niños. Porque detrás de cada acosador, de cada "bully", hay con una alta probabilidad un niño o un joven con:
- Problemas de apego y trauma del desarrollo (hay una prevalencia mayor del 55%), un niño estancado en respuestas de estrés y en modo de supervivencia (ya sea por su situación familiar, por comisión u omisión - maltrato o falta de cuidado, incluyendo la crianza permisiva en la que el niño ostenta el poder).
- Incapacidad de sentir sus emociones y conectar con sus sentimientos de cuidado, protección y responsabilidad. Muy probablemente por no tener vínculos seguros, espacios de expresión emocional y corregulación con adultos presentes, sensibles y nutritivos. El nivel de abandono emocional de las infancias y adolescencias por las pantallas es más grave de lo que podamos imaginar. Y eso lo constanto cuando estoy en ferias y congresos, y muchas abuelitas se acercan para compartir conmigo, visiblemente emocionadas, su preocupación por el uso excesivo de pantallas de sus nietos debido a la adicción a las pantallas de los padres. Es decir, como los padres están enganchados a las pantallas y no dedican tiempo de juego y conexión a sus hijos, los hijos inevitablemente se van a enganchar también, con las nocivas consecuencias que tiene para el desarrollo de su cerebro, de sus habilidades socioemocionales y de su capacidad de empatía.
- Problemas para dejarse guiar, para depender del cuidado y la orientación de los adultos. La ausencia de vínculos seguros y de presencia emocional, el elevadísimo tiempo que pasan los niños y jóvenes con sus pares sin el liderazgo y la conexión con adultos, está generando un fenómeno que el psicólogo canadiense, Gordon Neufeld, y el médico especializado en trauma, Gabor Maté, llaman "orientación hacia los pares". Es decir, el vínculo natural de referencia con los adultos es sustituido con el vínculo de referencia con los pares, generando grandes niveles de ansiedad, fomentando el bullying, las luchas de poder, la dominación, la competitividad destructiva y el endurecimiento de los niños por la inhibición de sus emociones más vulnerables (y absolutamente necesarias para su bienestar emocional). La excesiva independencia y autosuficiencia es aplaudida y fomentada en la sociedad, pero muchas veces es un síntoma de un niño acorazado, un niño que ha necesitado ser prematuramente autónomo para sobrevivir y salir adelante en su entorno relacional.
Por eso, cuando miramos el bullying como síntoma de dinámicas sociales, educativas y de crianza que dejan a los niños y jóvenes con necesidades primales de conexión, corregulación y pertenencia sin ser satisfechas, podemos empezar a abordar el problema y a encontrar una solución mucho más duradera y efectiva.
Porque cuando miramos hacia dentro y cuestionamos nuestras prácticas, nuestras formas de relacionarnos con los niños y los jóvenes, tanto en casa como en el colegio y en la comunidad, y nos comprometemos también a dejar de participar del acoso cotidiano sutil que sufren muchas personas, ya sea directamente o a través de cotilleos, neutralidad o pasividad, podemos dar el primer paso en asumir nuestra parte de responsabilidad en el problema.
Y una vez asumida nuestra responsabilidad y ser conscientes de la forma en que nosotros, quizá inadvertidamente, podemos estar contribuyendo a empeorar el bullying, seremos capaces de contemplar la SEGURIDAD sentida como base ineludible para resolver este grave problema.
Porque, en la actualidad, hay millones de niños en todo el mundo que están obligados a pasar muchas horas al día con otros niños o jóvenes que les agreden física o psicológicamente, y esta situación no sólo impide la activación del sistema de conexión social necesario para el aprendizaje y el bienestar integral de la persona, sino que traumatiza y retunea el sistema nervioso hacia la protección, atrapando a estos niños en un estado de terror, indefensión y desesperanza que, muchos de ellos, terminan suicidándose para escapar de ese terrible dolor. Y, aún así, la respuesta general en los entornos educativos ante estas situaciones sigue siendo deficiente con una tendencia a negar la experiencia emocional de la víctima y a minimizar el problema etiquetándolo como "cosas de niños".
El problema del bullying es muy complejo y cada vez más difícil de contener debido a las redes sociales y el uso masivo de las pantallas. Sin embargo, es posible cuando se va a la raíz del problema, cuando las familias y profesionales que trabajan con los niños y jóvenes nos formamos y asumimos la responsabilidad de hacer sentir seguros a los niños, de crear entornos y relaciones nutritivos que fortalezcan y flexibilicen sistemas nerviosos, de fomentar el juego y la exploración como parte indispensable para un buen desarrollo socioemocional en los niños, de hacer sentir a los niños y jóvenes seguros en su cuerpo, mente y corazón.
Y aunque las estrategias más extendidas para hacer frente al bullying giran entorno a la tolerancia zero, las consecuencias punitivas, el entrenamiento de las habilidades sociales y la enseñanza de empatía, los autores con un enfoque basado en el apego y las investigaciones más recientes en neurociencia relacional, incluyendo la Teoría Polivagal, nos invitan a reflexionar y trabajar sobre la calidad de los vínculos y relaciones de los adultos con las infancias y adolescencias en todos los entornos que habitan, y sobre la importancia del juego social para el desarrollo de un sistema nervioso flexible y de unas funciones ejecutivas eficientes que permitan el éxito académico y social.
Si quieres entender la ciencia de la seguridad (Teoría Polivagal), aplicarla tanto en la crianza y en la educación como en tu vida personal, y, además, aprender a crear entornos y relaciones que evoquen sentimientos de seguridad y pertenencia en los niños y jóvenes, tanto en casa como en el colegio y otros entornos de la comunidad, te invito a explorar mi curso "Sistema Nervioso como Herramienta de Crianza y Educación Conscientes e Inclusivas, sensibles al trauma y las neurodivergencias".
Porque la única manera de acabar con el bullying es atendiendo y comprendiendo nuestras necesidades neurobiológicas, como humanos y mamíferos, de conexión, corregulación y pertenencia.
Todos, individual y colectivamente como sociedad, debemos comprometernos a cambiar la mirada, a asumir nuestra parte de responsabilidad en este asunto y a comenzar a construir y cocrear junto a los jóvenes y niños entornos donde todos y cada uno de nosotros (y en especial las personas neurodivergentes) podamos finalmente sentirnos seguros siendo tal y como somos.
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